miércoles, 20 de marzo de 2013

Llegando y queriendo huir de Buenos Aires

Sabía que podía suceder y pasó. A principios de marzo me esperaba una reunión en Buenos Aires. Me impregnó un cierto pesar, la sensación era que de algún modo el viaje quedaba como cortado. Sin embargo, rápidamente le vi el lado hermoso: encontrarme con mi gente querida.
Aterrizar fue toda una experiencia. Del silencio y los espacios generosos de la montaña, pasar al caos, la humedad, las corridas y la multitud estresada de Buenos Aires. Un shock.
Al llegar a la casa de mi papá todo rodó con la más cotidiana normalidad. Eso me alivió. Los días subsiguientes fueron intensos. Mi ocupación fue encontrarme con mi amigos, con la familia, saber cómo están, contarles de mi viaje. 
Aproveché para hacer más liviana mi mochila y de a poco voy dándome cuenta que es cada vez menos lo que necesito y que cuando algo me falta, se abren oportunidades de conocer personas que me ayudan a resolverlo.
Gracias a toda mi gente querida por estos días plenos y sepan que los llevo en mi corazón a todas partes!



jueves, 14 de marzo de 2013

Guardada en San Martín de los Andes

Al saber que tendría que hacer un viaje relámpago a Buenos Aires, cual espíritu maligno, me poseyó la ansiedad. De pronto tenía que decidir como barajar las cartas y volver a tirarlas. La idea de ir de sur a norte ya quedaba quebrada al medio. No importa, no tengo por qué seguir un orden. Nada venía siendo tan planeado.
Luego de dos días de pensar mucho, decidí avanzar hasta llegar a San Martín de los Andes, la ciudad de la que tantos elogios he escuchado.
Estuve apenas un día en Villa la Angostura que me pareció muy bella y luego a través de los siete lagos llegué.
 
La vista de San Martin de los Andes desde la Reserva Mapuche
 
Como ya es temporada baja, ya no se puede hacer en micro ninguno de los paseos. Como llegué de tarde, me fui a caminar a la reserva mapuche desde donde hay un mirador. Desde allí se aprecia el lago Lacar y la ciudad. Me gustó sentir que luego de haber hecho tantas caminatas, los ascensos me resultaban cada vez menos exigidos.
Al llegar arriba la vista es hermosa. Justo se nubló y el paisaje se tiñó de un color plateado brillante. El agua parecía plata líquida. Comenzó a hacer mucho frío. Me resistí a volver tan rápido.

Desde el mirador
 
Un perro negro vino a hacerme compañía. Caminamos un poco juntos y luego se fue. Pensé que en busca de otros caminantes.
El viento helaba y ganó el frío a mi deseo de permanecer. Mientras bajo escucho pasos locamente apresurados, como si corriera un caballo. Me sobresalto al ver que era una liebre que huía, tratando con cada paso de salvar su vida de dos perros negros que la perseguían sin darle tregua. Uno de ellos era el que me visitara minutos atrás en el mirador.
Pensé en lo intenso de la escena. Presencié un ser vivo luchando por su vida. Minutos después apareció el perro con la liebre muerta en su boca, exibiéndomela como si fuera un trofeo o un regalo del que estaba orgulloso. Al ver mi expresión de tristeza fue a mostrársela a un grupo de chicos que estaban cerca y recibió la misma respuesta: exclamaciones de pena.
Sé que es parte de la naturaleza. Que un animal se come a otro. Sin embargo, quedé impactada. Si alguna vez tengo un perro, le voy a enseñar a no matar.
Luego volví al hostel y creo que el frío me hizo mal. Comencé a sentir los síntomas que anuncian la gripe. Entonces mi día en San Martín de los Andes fue visitando cafés, restaurantes, librerías, escribiendo en el blog, bien abrigada y descansando.
A la noche tuve la alegría de encontrarme con Diego, un querido alumno de Buenos Aires, que justo estaba de vacaciones por la zona. Tomamos un rico chocolate caliente, charlamos lindo y nos despedimos en la terminal de omnibus.
Fue cortito mi pasaje por esta ciudad, pero cuando vuelva el calor retornaré a visitar el volcán Lanin, lagos y montañas que me faltaron.
Próximo destino: el aeropuerto de Neuquen.

Rico desayuno con el aroma de los chocolates en Abuela Goye

Un cartel simpático

domingo, 10 de marzo de 2013

Villa Traful- Lo subjetivo en cada lugar

Apurada, quería recorrer lo que me faltaba antes de tener que tomarme el avión a Buenos Aires. Villa Traful es hermoso, me dijeron, no te lo pierdas.
Es verdad, es hermoso, pero no se compara con Epuyén. Me sentí como cuando uno compara innecesariamente una persona con otra.

Llegué y quería irme. No sé si fue la ansiedad que me estaba poseyendo o algo que percibí del lugar, pero no quería pasar la noche ahí.
El problema con el que me encontré fue que por ser temporada baja, no había el domingo micros a Villa la Angostura ni a San Martín de los Andes. Las opciones eran quedarme a dormir o volver a Bariloche en cuatro horas. Ninguna me convencía.
El paisaje es hermosísimo. Es muy tranquilo y fuera de temporada se ve poquísima gente. Me dí cuenta que no me gustaba tanto no por Villa Traful en sí, si no por cómo yo me sentía. Me dio gracia, porque ya me pasó varias veces en el viaje que lugares que a otros no le parecieron gran cosa, a mi me encantaron. Claro. La experiencia tiene que ver con muchísimos factores además del lugar mismo.

Se me ocurrió preguntar en un hostel si conocían a alguien que fuera en auto a Villa la Angostura ese día y me dijeron que sí, que el dueño iría más tarde. Le consultaron y accedió llevarme a la noche.
Tuve tiempo de almorzar con una chica de Córdoba, Andrea, que compartimos una pizza y experiencias viajeras y luego visité las cascadas.

Al volver pasé por la casa de turismo y conversé largo rato con Bety, la mujer que da la información turísitca. Me impresionó la gran confianza que pudimos cultivar en poco tiempo. Entre galletitas y manzanas me contó algunas historias de su vida y me ofreció que le cuidara su casa mientras ella se iba de vacaciones unos días. Me maravilló su confianza y generosidad. Estoy aprendiendo mucho sobre eso en este viaje.
Luego viajé en auto con Mauricio hacia Villa la Angostura. No había luna ni luces. Por momentos el auto parecía una nave espacial flotando en un cielo repleto de estrellas. Él es oceanógrafo e hizo cuatro expediciones a la Antartida. Tuvimos una charla muy interesante con matices de ciencia, educación, sensibilidad por la naturaleza. Una conversación que disfruté minuto a minuto, super jugosa.
Ahora, que pasaron varios días desde mi estancia allí, sé que es un lugar al que volvería. Tiene lugares a los que se accede luego de varias horas de caminata o sólo a través de transporte lacustre y quiero conocerlos!

viernes, 8 de marzo de 2013

Perdida en la montaña

Pocas veces sentí lo que viví al llegar a Epuyen. Visiblemente no es tan distinto a otros lugares del sur donde hay montañas y lago. Sin embargo, algo de lo que hay en el lugar pero no se ve a simple vista es lo que me enamoró. Fue como si la tierra me diera un cálido abrazo de bienvenida y me llené de ganas de permanecer allí mucho tiempo.

Lago Epuyen
 
Una escultura que me impactó, en el centro cultural
 

 
Uno de los días fui al lago que lleva el mismo nombre del pueblo. Desde allí salen varios senderos y tomé el que lleva a la Bahía las Parcas. Lo elegí por ser de larga duración. Al caminar me voy vinculando con el lugar de forma más directa y quería tener una larga charla con el cielo, las montañas, los árboles, el viento.
Me acompañó Perrito. Así se llama el can aventurero que me siguió. Llegar a la Bahía fue fácil y tenía tiempo de sobra para disfrutar de la imponencia de ese paisaje para mí sola. Era maravilloso. No había nadie más que Perrito y yo.

Él es Perrito
 
Me acosté sobre las rocas, sentí el calor del sol, la frescura del viento, el sonido de las suaves olas sobre la orilla. Hasta creo que por unos instantes me dormí. La sensación era embriagadora.
Rondando las 15.30hs emprendí el regreso, ya que en la seccional de Guardaparques había avisado que mi horario máximo para volver sería a las 19hs. Salí con tiempo para sacar fotos y detenerme por momentos donde quisiera.
Todo transcurrió con la más clara normalidad hasta que crucé el arroyo y no había ninguna marca sobre dónde estaba el camino de regreso. En ese instante recordé que a la ida hubo un tramo largo sin esas fechas, pero el sonido del agua te indicaba para donde seguir. Mi inexperiencia en la montaña no me permitió prever que eso podría ser una complicación al volver.
Empecé la búsqueda del camino de regreso. Descubrí como la montaña se va cerrando. Fui y volví incontables veces desde el arroyo hacia distintas líneas por donde suponía que encontraría el camino hasta encontrarme con paredes de rosas mosquetas, matorrales, troncos de árboles quemados en algún incendio pretérito. Con la esperanza de encontrar alguna marca más adelante, sobrepasé esos obstáculos, a pesar de los raspones que me iban marcando la piel.

La rosa mosqueta, la mayor responsable de mis raspones
En un momento salí a otra parte del lago y pensé en ir por la orilla hasta llegar al punto de partida. Pero luego de caminar una hora y ver que nada similar a algún establecimiento humano aparecía, me di cuenta que eso me llevaría mucho más tiempo.
Pasaron tres horas y nada. Ninguna señal de estar acercándome a mi propósito.
Pensé en qué sería lo más sensato para hacer. Si me iban a buscar, irían primero por la senda marcada, por lo que lo más lógico era volver a la última señal que tenía localizada y esperar ahí. Me quedaban unas galletitas y una manzana y si me tocaba pasar la noche ahí abrazaría a Perrito para que me diera calor. Así lo había decidido. 
Sentía mi cuerpo cada vez más cansado y el sol estaba cada vez más cerca de ocultarse tras la montaña, por lo que tenía cada vez menos tiempo para resolver mi autorescate.
Mientras caminaba por el lago gritaba "Hay alguien ahí?", "Ayuda por favor". Pero no hubo respuesta. Mi boca y mi garganta estaban cada vez más secas. Por suerte tengo mucha agua para tomar, pensé, con cierto sentido del humor.
Me mantuve activa y me motivaba a seguir. Pensaba en lo loco que era saber que el camino que tengo que tomar está, porque ya lo había transitado, pero no poder ubicarlo nuevamente.
Me dije que esta experiencia sería para aprender y decidí disfrutarla. Pensé que no tenía miedo, pero cuando me saqué una foto para retratar el momento, veo que sí, solo que en mi caso esta emoción no me paralizó ni me nubló.
Ponía cara de miedo para la foto sin saber que ya la tenía!
 
Finalmente volví a la Bahía de las Parcas, encontré el primer cartel, seguí nuevamente las señales hasta el arroyo, lo crucé por quinta vez y recargué una dosis de paciencia extrema. Ya eran las 19.40hs. Sentía la cintura cansada de haber caminado tanto. Sentí que lo había intentado todo. Al menos todo lo que estuvo a mi alcance. En ese momento pensé. No, mejor dicho dije, pero sin pronunciar palabra "me entrego a la montaña". Sobrevino una sensación de vértigo, porque la montaña tiene su propia lógica y no sabía qué podía suceder. De todos modos no tenía muchas más opciones. 
Mis pies empezaron a caminar mucho más lento, un paso sucedía al otro sin el comando de mi mente. Luego de andar así varios metros, levanto la vista y ¡Una marca! Había encontrado el sendero.

Una flecha linda del camino
 
Por primera vez en mi vida corrí sin pensar en el cansancio, ni en el aire, ni en la posibilidad de tropezarme. Me quedaban minutos de sol y sólo pensaba en que quería pasar la noche en la cama calentita del hostel.
El atardecer en esa montaña fue de los más bellos del viaje
 
El recorrido de tres horas y media lo hice en una hora y veinte minutos. Llegué a las 21hs a Guardaparques que ya estaban enviando un operativo para buscarme.
Me sentí cansada pero contenta de haber podido resolverlo, de haber vencido el miedo, de sentir profundamente el instinto de supervivencia y esa fuerza hermosa que me aferra a la vida.
Ahora sé que en el camino tengo que ir dejando mis propias marcas, que cada tanto tengo que ir mirando hacia atrás, porque al volver el paisaje es diferente, y confiar.
Cuando llegué, Rocío, la dueña del Hostel donde me quedé me contó. Para los que viven en Epuyen, cuando te perdés en la montaña es como si el lugar te bautizara. "Ya fuiste bautizada por la montaña" me dijo. Yo sonreí. En el lugar donde sentí un intenso deseo de quedarme, fui puesta a prueba.
 
El Hostel Lemuria

jueves, 7 de marzo de 2013

Buscando una vida mejor - Esquel y Trevelin



Vista panorámica de Esquel desde el Cerro de la Cruz

El pueblo que pierde su lengua
pierde el vehiculo de su cultura,
pierde el poder de comunicarse
con el mismo código.
Aime Painé
 
Esquel y Trevelin fueron fundados por galeses hacia finales del 1800 y principios del 1900. Estos colonos huyeron de Gales cansados de la opresión de los Británicos que los obligaban a trabajos forzados en la minas, les impedían hablar su propio idioma y les imponían su cultura.
El predicador de la Capilla galesa de Trevelin, Isaias, me contó que en las escuelas de Gales habían prohibido que los niños hablaran su idioma nativo. Entonces crearon un sistema. ¿Recuerdan el juego de "la mancha"? Uno es mancha y para dejar de serlo tiene que tocar a otro. Cuando lo toca, ese otro pasa a ser mancha. Cuando termina el juego, el último que quedó siendo mancha, pierde. No sé si ese juego se originó en la maquinaria opresora de los británicos, pero es muy curioso el parecido con el recurso que emplearon para erradicar el galés. Si un niño hablaba ese lenguaje, le ponían un cartel que decía "no hablar galés". Instantáneamente ese nene se transformaba en guardián (mancha) y tenía que estar atento a ver si alguno de sus pares pronunciaba alguna palabra en ese idioma. Si así ocurría, se liberaba del cartel y se lo pasaba al otro. Al finalizar el día, el portador del cartel era el castigado. 
El museo mapuche que, sin exagerar, tiene un espacio de 1,5m x 1,5m. en el centro cultura Melipal es muy pequeño y expone algunos telares, objetos de plata y publicaciones. Conversando con la mujer que lo atiende, me contó que con el pueblo mapuche fue muy parecido.
 
Centro Melipal
 
Los galeses vinieron a Argentina y se establecieron primero en Trelew.  Al parecer tuvieron muy buena convivencia con los Tehuelches, quienes les enseñaron a poder manejarse bien en estas tierras. Según Isaias, fue uno de los pocos ejemplos en los que los colonos llegaron sin ánimos de colonizar a otros, si no simplemente asentarse y vivir una vida digna y tranquila.
Tal vez tenga que ver con los motivos de su fundación. Casi todas los que que conocí en Esquel venían de otras tierras buscando un cambio de vida. Era una constante. Personas de distintos tipos, de diferentes ciudades, queriendo un cambio vinieron a Esquel.
Una de ellas, y la que más me impactó, fue David. Él atiende el hostel El caminante. Se brinda de lleno a la tarea y se ocupa de que todos los que pasamos por allí nos sintamos bienvenidos. Supo mirar mis ojos y verme y sin conocer mi historia una tarde me dijo un montón de cosas que necesitaba escuchar. Luego me contó su historia. Por qué se había ido de su ciudad de origen, cómo había llegado a Esquel. Me estremeció. Me llegó profundo. Con él comprobé que siempre se puede volver a empezar. Aunque toques fondo. Aunque te hayas revolcado en el fondo. Muy despacito se fue reconstruyendo. Sentí una admiración muy profunda, mucho respeto y cariño. Él y yo sabemos que encontramos un gran amigo uno en el otro. Luego de esa charla me fui al cuarto y lloré hasta que me dormí. Cuando me desperté me sentí liviana y feliz. Había liberado algo.
 
 
Esquel es una ciudad grande, con todo lo que ofrece una metrópolis, pero con ritmo de pueblo. No hay semáforos. Cuando empezás a cruzar, los autos paran.
Los ciudadanos son bastante participativos y en las calles se ven carteles en contra de la minería y otros asuntos que hacen a la vida en la ciudad.
 


Placa colocada en la Municipalidad
La municipalidad

 
Trevelin es chiquito y, me dio la sensación, más hermético. Cuidan con celo el mantener intactas sus costumbres galesas. Las construcciones son simples, poca decoración, pocos colores.
Como no podía ser de otro modo, probé uno de esos famosos té galeses, con sus exquisiteses características.
 



Luego visité el museo donde pude ver algunos objetos antiguos muy curiosos.
 
Taza con tapa bigote.
Antigua mamadera

Linterna

Máquina de escribir con una sola tecla

Los días que viví en Esquel y en el Parque Nacional han dejado una huella perenne en mi corazón.

lunes, 4 de marzo de 2013

Descubrimientos y creaciones en el Parque Nacional Los Alerces

Cada minuto que caminé bajo la lluvia durante cuatro horas fueron sumamente placenteros. Me sorprendí. Estuve en El Bolsón  una semana entera posponiendo la subida a los refugios por la lluvia y hoy, en el Parque Nacional Los Alerces, descubrí que con este clima es toda una aventura también.

Cada paso que daba sentía más placer y satisfacción por estar realizando algo que en otra circunstancia me hubiera frenado. Probablemente si hubiera amanecido con lluvia, otro habría sido el plan. 

Fue una nueva experiencia sensorial, sentí mis manos helarse hasta apenas poder moverse,  mis parpados fríos, tocarse entre sí. Qué delicia descubrir una sensación nueva: los bordes de los párpados. Seguí andando, atravesando un bosque selvático lleno de vegetación,  todo vegetación,  sabiéndome apenas un huésped. 

Mis pensamientos saltaban de roca en roca y no sé cómo llegué a preguntarme cómo sentirían los peces del lago la lluvia. De este camino tengo apenas una foto, la que pudimos sacar cuando empezaban a caer las primeras gotas. Luego ya no era conveniente exponer la cámara. 


Mis compañeros de chapuzón

Llegué a la casilla de guardaparques mojada, congelada y feliz. Satisfecha.

Al día siguiente volví a conocer la zona del Lago verde y río Arrayanes. El primer contacto con el camping fue para andar en kayak. Es increíble lo pequeño que es el mundo, en ese lugar, en diferentes días  conocí personas que conocían amigos míos. 





El lugar se destaca por su belleza, por lo que voy a dejar que sean las fotos quienes relaten lo que vi. 


Villa Futalaufquen















Luego retorne y acampe cinco días,  donde pude conocer a Federico, gran compañero de aventuras. 

Fede
Nos divertimos a montones. Por ejemplo, nos encontramos con un cartel un tanto contradictorio: la flecha indica caminar hacia un lado y el muñequito va para el otro. 


Tratando de descifrarlo llegamos a la conclusión que la forma de subir ese cerro era con la caminata lunar de Michael Jackson. 

Inspirada en el libro que me prestó mi amigo Ari, Hacia las rutas salvajes, inventé un vaso revolucionario, el vaso McCandless (en honor al personaje principal del libro). Se trata de un recipiente liviano, irrompible, plegable, reciclable, térmico, facil de transportar. Es ideal para mochileros y de todo aquel que ama la aventura. 
El vaso McCandless

Y su creadora: McGabi

 Creo que uno reconoce un gran artista cuando su obra hace eco en los demás. Cuando es voz de otros, cuando resuena en los corazones. Así me pasó con el tema que les comparto ahora, que es de Fede, Cuando escuché este tema, sentí que expresaba la revolución que estoy viviendo. Gracias Fede!



sábado, 2 de marzo de 2013

Descubriendo El Bolsón

El Bolsón tiene muchos mundos sucediendo en simultáneo. Voy a hablar del que conocí. A través de couchsurfing conseguí hospedaje en la casa de Marcelo.

Marcelo
Él es ex sociólogo (así se define) y actualmente da clases en una escuela secundaria de la zona. Me abrió las puertas de su casa y me hizo sentir en mi casa. Además de hospedarme, me acompañó a conocer Wharton, que es desde donde se inician varias caminatas y al Lago Puelo, desde donde podíamos apreciar la ducha que se daban los cerros mientras en la playa todavía había rastros de sol.

Hemos tenido conversaciones profundas. Comencé a conocer un poco sobre el anarquismo y me resultó muy interesante. Luego me mostró el libro Argumentos para la sociedad del ocio, que me pareció genial.


Es una compilación de textos de autores reconocidos de todos los tiempos donde se plantea que tener tiempo de ocio permite un mayor desarrollo de la conciencia y que en sus inicios el trabajo surgió como un modo de tortura. Es mas, para los griegos, trabajar era señal de deshonra. Leí apenas los primeros capítulos, pero alcanzaron para repensar el lugar protagónico que se le da a esta actividad en la vida... O al menos el lugar que yo le dí, otorgándole prioridad durante tanto tiempo. Empieza con esta cita:


Si alguien consigue un ejemplar, no dude en adquirirlo!

Visité la cascada escondida e hice varias caminatas, conociendo algunos barrios. Les comparto algunas de las imágenes que fui captando. Ojalá tuviera cómo compartirles también los aromas, temperaturas, texturas y   sonidos.
Cascada escondida

Caminando por los barrios


Arco Iris
Lago Puelo

Árboles centenarios

Tesoros en el bosque

Espejos

Qué ganas de abrazar a cada árbol!
Al recibir la hospitalidad de Marcelo me pregunté si yo soy capaz de recibir en mi casa a alguien que no conozco. Me doy cuenta cuánto temor nos inyectan los medios de comunicación,  ya que en lo que va de mi viaje he conocido personas hermosas, con las que tranquilamente compartiría momentos y les haría un lugar en casa, si tuviera casa y si lo necesitaran... pero reconozco en mi ese temor subyacente adquirido en la ciudad que poco a poco se va diluyendo.

Llegué un viernes y el sábado empezó a llover sin parar. Los planes de subir a los refugios se fueron posponiendo hasta que finalmente decidí irme a Esquel hasta que pare la lluvia.